lunes, 10 de agosto de 2015

Mi casa en París (The old lady)

Un judío, tres actores, y una historia inmortal
Dir. Israël Horovitz
Act. Kevin Kline, Kristin Scott Thomas, Maggie Smith, Dominique Pinon...



Reino Unido 2004, 107 minutos















Un judío, tres actores y una historia inmortal
Por si alguien no repara en los títulos de crédito iniciales o en el apellido del director, famoso dramaturgo estadounidense por cierto, aparece en la primera escena un rabino en bici, en la segunda se nombra a Sigmund Freud y luego se cita sin rubor aunque muy traído a colación a Phillip Roth y su escandaloso Lamento de Portnoy.

Un gringo acude a París, -qué obsesión la de los americanos por París-, a recibir un gran piso, única herencia que le ha dejado su acaudalado padre, y se encuentra una octogenaria viviendo con los derechos de usufructo y una especie de hipoteca inversa. A la postre resulta ser la amante secreta del padre, que tiene una hija viviendo con ella que no se sabe si es hija de su marido legal o de su amante.

Y así se va desvelando la historia de un hijo no querido, borracho, perdedor, con tendencias suicidas y poca autoestima, una madre suicidada, un padre odioso, una vieja dama casada y con amante extranjero y una hija a la deriva que también practica esa costumbre tan gabacha de ser amante de un casado. Y así los tres excelentes actores bailan de la comedia a la tragedia, del sutilísimo humor al drama, en un recital que antes fue obra de teatro, maravillosamente ensamblados.

Es el otro lado, el más semítico, de la eterna historia de los hijos no queridos, con mucho sexo, algo de incesto, drama y humor y un brillante colofón dicho al desgaire. "Ya que no tenemos hijos, extíngamosnos; que todo acabe con nosotros".
Así sea.
alfonso