Publicidad y crueldad intolerable
Hoy publica un periodista de El Confidencial, su aversión y rechazo a los 15 minutos que las salas del cine más comercial meten de matute con la publicidad más zafia, en una pantalla gigantesca y con un volumen atronador. Cobrando 10 euros.
Los exhibidores deben creer que así solucionan la grave crisis que sufren desde la pandemia y desde que las televisiones han crecido en pantalla -ver Tele5 o cualquier cadena en 60 pulgadas es parecido a la experiencia de Malcom McDowell en la Naranja Mecánica- y las plataformas incluyen buenas ofertas, estamos todos retrayéndonos de ir a salas donde se oye el crujir de las palomitas y el crepitar de los móviles y además las proyecciones tienen poco enfoque y menos definición.
Claro que siempre hay fundamentalistas de pega que reniegan de los ebooks "porque no huelen a papel" y el premio Planeta y demás majaderías "no se disfrutan igual en digital", y que proclaman a los que les quieren oír, que las salas con su pantalla gigantesca y su oscuridad pegajosa, son la quintaesencia de las películas del Hollywood más marveliano, donde los súper héroes enganchan a grandes y menores discapacitados mentales.
Pues remedando a aquel actor español, el inolvidable Antonio Gamero, que afirmaba que "como fuera de casa en ningún sitio", uno opta por no entrar en las salas, repletas de engendros mecánicos, móviles whatsaperos, palomitas sebosas e imágenes pixeladas.
Y además no sirven gin tonics de Seagrams.
alfonso